Federico García Lorca y la ciudad de Nueva York

Las ciudades son espacios en los que florece el arte con mucha frecuencia. Bien sea por la aglomeración de experiencias que existe en ellas, por la existencia de un público potencial para el artista o porque son lugares donde las personas pueden ser lo que siempre han querido o algo totalmente diferente; lo cierto es que continuamente se ven ejemplos de artistas que dejan su impronta en las ciudades, impregnándolas de su personalidad, que acabará fundiéndose con la de la propia urbe. Tal es el caso de Gaudí y Barcelona, por ejemplo.
Otras veces el fenómeno ocurre al revés: es una ciudad la que marca al artista, la que desborda su sensibilidad y cambia su manera de ver el mundo. Esto es lo que le sucedió a Federico García Lorca con la ciudad de Nueva York.



El poeta granadino llegó a la gran metrópoli en 1929, para pasar una temporada aprendiendo inglés y dando algunas conferencias, aquejado de una depresión fruto de una mala situación económica y social en nuestro país, así como de sus contradicciones morales y sentimentales debidas a su condición sexual. Varias personas le habían recomendado un cambio de aires para salir de esta situación.
En su estancia en Nueva York pudo comprobar que los aires de la ciudad eran totalmente opuestos a los que estaba acostumbrado. Lorca encontró una ciudad fría, deshumanizada, en la que las personas se encontraban sometidas y alienadas. Fruto de este encuentro surge Poeta en Nueva York, poemario en el que plasma sus impresiones sobre la ciudad.

En Poeta en Nueva York se nos intenta acercar a una serie de realidades que Lorca vió en aquellas calles. La gente fría y esclavizada por la ciudad, la segregación efectuada contra ciertas minorías étnicas de la ciudad (especialmente los negros, a los que dedica varios poemas como “El rey de Harlem”), el fuerte consumismo capitalista o la arquitectura vertical y deshumanizada. Además, el poeta tuvo la ocasión de encontrarse en la ciudad en el crack de la bolsa de 1929, incluso es posible que presenciara un suicidio, según parece, lo que reforzó su aversión hacia el capitalismo.
Tanto impresionaron a Lorca aquellos aspectos de la humanidad vistos en la metrópoli estadounidense que en Poeta en Nueva York rompió con su habitual estilo, enraizado en la cultura popular andaluza, para usar el caos y la exhacervada imaginación del surrealismo en la confección del poema. Mediante metáforas inverosímiles y un vocabulario imaginativo y pesimista confecciona el poeta este libro con nombre de ciudad que constituye un grito en contra de la transformación del mundo en un entorno desalmado.
Así representa el granadino el carácter de la ciudad en el poema La Aurora:

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Poeta en Nueva York es un hito en la historia de la poesía de nuestro país y constituye un antes y un después en la obra de Federico García Lorca. Y es el resultado de una fusión, una mezcla, un encuentro; el de el poeta con la ciudad.

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